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POST-TREMOLINA

Guinness:

Guinness:

Puede que Irlanda sea un país católico en la forma, pero en el fondo, el Dios al que se encomiendan con mayor devoción no es otro que aquel flota en la espuma de una pinta de Guinness. El Guinness Storehouse es una inmensa catedral a mayor gloria del líquido negro. Turístico y a la vez ineludible lugar en el que quedarse flipado con la devoción y orgullo con el que los propios empleados, Oompa Loompas de sangre irlandesa, trabajan en él. El edificio es enorme, aunque apenas supone una mínima parte de la fábrica, una ciudad autónoma dentro del propio Dublín, la entrada es cara y el recorrido agotador, pero te regalan una pinta de “Stout” que puede ser degustada en cualquier parte del edificio. En mi caso en la muy recomendable sala dedicada a la publicidad en la que se pasaban interrumpidamente animaciones publicitarias. Y es que un museo con alcohol siempre será más llevadero que otro sin él. Me sorprendió el logotipo del Tucán, que me encantó.
Y a uno no le extraña este afecto incondicional al alcohol, sobre todo al leer sobre el machaque que no solo Inglaterra sino la propia Irlanda y su Iglesia Católica ha ejercido sobre sus ciudadanos.
La Guinness no es la única cerveza que se consume en la ciudad de Dublín, ni en el resto de Irlanda. Las Ale también tienen buen predicamento, así como la norteamericana Miller, con un grifo en cada pub. En el Bruxelles, rodeados de parroquianos contabilizamos solo 2 guinness de entre 17 consumiciones. La mayoría de las dublinesas optaban por una copa de vino y los chicos por cervezas “Lager”...y es que los tiempos están cambiando y la Guinness, alimenticia como una comida entera, ya no es tan necesaria en la dieta de unos Dublineses más europeos de lo que uno hubiera imaginado.

1 comentario

Karl Karl Bartos Bartos -

Interesantísimo el reportaje...